jueves, 4 de agosto de 2011

La catedral de Barcelona.




Es curioso cómo el miedo a introducirse en una ciudad grande con nuestro coche y no soportar el tráfico, los semáforos, las rotondas, los atascos, hace que las rehuyamos y más, cuando vivimos en una de ellas. Este es mi caso, pues no me despego de mi coche ni para dormir ( y así es en numerosas ocasiones ) y siendo que me encanta conducir, en las ciudades  no lo soporto. Pero estoy cambiando y esto me hace disfrutar de cosas que están inmersas en el caos de las ciudades que, cada veza más, están más adecuadas a los humanos que vemos las cosas de forma diferente a los turistas que, de forma no despectiva, pero si en otro plano cultural y visionario de las piedras monumentales, llama una muy especial y querida amiga mia “ turistas de chanclas “.

Es esta una catedral sorprendente y mucho, por una primera razón que me dejó un tanto estupefacto nada más traspasar el umbral de su totalmente rehecha portada allá por principios del siglo XIX  y es que, a diferencia de las grandes catedrales que he visitado en España y que esta nada tiene que envidiar en cuanto arte y grandeza, es la ausencia de canon obligatorio y nada barato que hay que abonar para su visita y siempre con la prohibición implícita de hacer fotos. En la de Burgos, al menos, lo único prohibitivo era el flash.
Que paguen los turistas de chanclas o de brillantes botines provenientes de extranjeros países.
La catedral de Barcelona tiene en su interior un aspecto palaciego y una sensación en que todo rincón es aprovechable, en particular en sus alturas maravillosas en que se van conjuntando los muros con su hoy tapado cimborrio por reformas, formando pechinas que son hábilmente ahuecadas para formar balconadas y estancias.
Francamente quedé sorpresivamente maravillado con esta exquisita y armoniosa, como pocas, catedral.

Está dedicada a la Santa Cruz y a Santa Eulalia, patrona de la ciudad de Barcelona (actualmente es más celebrada como tal la Virgen de la Merced que, estrictamente, es patrona de la diócesis de Barcelona, pero no de la ciudad), una joven doncella que, de acuerdo con la tradición católica, sufrió el martirio durante la época romana. Una de tales historias cuenta que fue expuesta desnuda en el foro de la ciudad y que milagrosamente, a mitad de primavera, cayó una nevada que cubrió su desnudez. Las enfurecidas autoridades romanas la metieron en un barril con vidrios rotos, clavos y cuchillos clavados en él y lanzaron cuesta abajo el barril (de acuerdo con la tradición, se trataría de la calle Baixada de Santa Eulàlia, Cuesta de Santa Eulalia). Y así, hasta trece martirios diferentes, uno por cada año de edad de la santa. Finalmente, fue crucificada en una cruz en forma de aspa, que es el emblema de la catedral y la diócesis, así como el atributo iconográfico de la santa.


Xavier Barral i Altet narra algunas de las numerosas leyendas y costumbres sobre la catedral.
Según creencia popular, los viernes daba mala suerte chocar dos o más llaves; cuando se tenía que cerrar la catedral, se anunciaba precisamente con el ruido que ocasionaba el choque de llaves, menos el viernes que se hacía sonar una campanilla y los monaguillos llevaban las llaves una en cada mano.
Se dice que la muerte de los canónigo la anunciaba San Benito tres días antes, con tres golpes de maza en la bóveda para que resonara en todo el templo y si se trataba del obispo hacía sonar la campana Tomasa, también tres veces.
Cuando salía la procesión del Corpus los cañones del castillo de Montjuïc lo anunciaban con cañonazos y se cerraban todas las puertas de la muralla de la ciudad, hasta que la Custodia volvía a entrar en la catedral.
Debajo del órgano estaba colgada la carassa (caraza), una cabeza de turco (se colocó tras la batalla de Lepanto) de cartón, que en el día de los Santos Inocentes, cuando el organista tocaba una nota más grave, abría su boca y arrojaba golosinas por ella. A partir de 1970 se encuentra en el triforio de la catedral.
Era creencia popular que las esculturas de la fachada gótica se habían llegado a esculpir y estaban escondidas bajo tierra, en las escalinatas de la entrada a la catedral, en espera de la construcción de la fachada; cuando en el siglo XIX se llevaron a cabo las obras de la fachada principal, mucha gente acudió a ver la extracción de las esculturas; al no ser así, se han creado nuevas habladurías sobre su destino.

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